Por lo tanto, Dios lo elevó al lugar de máximo honor y le dio el nombre que está por encima de todos los demás nombres para que, ante el nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua declare que Jesucristo es el Señor para la gloria de Dios Padre. Fil. 2:9-10
En los usos y costumbres de las tierras bíblicas, el nombre de una persona representaba su naturaleza o carácter, mayormente en el nombre estaba implícito la razón o las circunstancias de su nacimiento, o su futuro.
Dios mismo en sus distintos nombres con los cuáles se dio a conocer puso de manifiesto su naturaleza, su carácter y su capacidad de obrar. Sus nombres conllevan la fama, estima o valor, y exaltación de Quién es el Dios que adoramos. 1 Sam. 12:22
Por su grande nombre, Y por que él quiso hacernos pueblo suyo, no nos desamparara. ¡Gloria sea a Él! Pero en el Nuevo Testamento, descubrimos el nombre por excelencia ¡Jesús! Aunque su nombre estaba implícito en cada palabra; el testimonio de Jesús, es el espíritu de la profecía Apocalipsis 19.
El apóstol Pablo declaró en Col. 1:16-17 “todas las cosas fueron hechas por él, y en él y para él”. Hablo de Jesús, que al pronunciar su nombre, u oír acerca de él, la memoria nos guía a cualidades inherentes en Él, su persona, carácter, hechos, su amor, compasión, perdón, aceptación, humildad, mansedumbre, ternura, sanidad poder, liberación, restauración, comunión, intimidad.
Jesús es el nombre sobre todo nombre; su nombre nos conectó a la fuente de vida, su nombre nos hizo renacer, su nombre nos introdujo en la casa del Padre con acceso libre a su presencia, en su nombre oramos al padre, en su nombre hay poder, autoridad, y debemos darle ¡Gloria a Dios por su misericordia! Como está escrito en Romanos 15:9 «Por eso, te alabaré entre los gentiles, cantaré alabanzas a tu nombre»